jueves, 28 de agosto de 2008

Vestidos para la ocasión

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Desde que Ignacio se compró aquel traje de lana tan bonito, ya no es el mismo. A decir verdad, tampoco yo soy la de antes. Cada vez que me cruzo con él por los pasillos, y la casualidad ha dispuesto que Ignacio lleve el traje en cuestión, mientras yo visto, también por azar, mi nueva falda azul, me descubro pensando no sólo en lo muy elegante que parece de pronto, sino también en que acaso me esté enamorando de verdad, pues ahora su sonrisa resulta mucho más atractiva, con ese gesto tan encantador e inconsciente que tiene de ladear la cabeza siempre que una situación le divierte.
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Últimamente nos cruzamos de continuo; cada dos por tres, como si la casualidad se hubiera vuelto generosa. Ignacio insiste en ladear la cabeza sin privarse lo más mínimo, persuadido de los maravillosos efectos que provoca en mí ese gesto. Supongo que yo, a mi vez, no puedo dejar de sonreírle abiertamente, convencida de que me encuentra encantadora; de donde hemos venido a charlar una media de cuatro o cinco veces por semana, cifra alarmante para cualquiera a menos que exista algo más serio, y ello sin venir demasiado a cuento, quiero decir, sin que ninguno disponga de la excusa magnífica de tener que resolver un asunto laboral de urgencia, o cierto recado que ya no admite mayor dilación. Por supuesto, he empezado a sospechar que nuestros encuentros fortuitos, en realidad, se hallan programados al milímetro. Poco importa que nos crucemos en mitad del pasillo, de camino a nuestras respectivas mesas de trabajo, o a la salida del ascensor.
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Por el contrario, el resto de días en que Ignacio ni viste su traje de lana ni servidora, la falda azul, apenas coincidimos, como si de pronto nuestros trabajos se hubieran vuelto inaplazables, y nos absorbieran por igual, con parecida impaciencia. En vista de este extraño fenómeno, el viernes me acerqué a la tienda y me llevé cuatro faldas diferentes, de colores, estampados, y largos distintos. Ignacio, por su parte, parece haber decidido imitarme, pues ya sólo viste trajes elegantes del mismo corte, situación absurda donde las haya, y sin embargo ninguno de los dos ha vuelto a vestirse como antes.
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Esta noche, por primera vez, va a venir a casa. A cenar, sí. Para la ocasión, he preparado una cena frugal aunque apetitosa, a base de marisco, vino blanco y dulces de postre. Todo tiene que ir bien, desde luego. No podría ser de otro modo. En realidad, no es eso lo que me preocupa.
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16 comentarios:

  1. Estoy convencido de que lo que le preocupa es que el lleve el traje de lana puesto y que ella tenga que, probablemente, quitarse la falda azul.
    Un bello e intrigante relato. Besos.
    Salud y República

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  2. y qué pasó? Fue? Seguía ladeando la cabeza? Tenga cuidado no vaya a ser tortícolis. Ande, cuente más.

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  3. Con qué sencillez va una historia sencilla como una flecha hasta esa frase final (genial, me parece).

    Porque la vida, al final, es ese desconocimiento, esa carta oculta que es la que da valor a la jugada pero no se muestra y no sabemos cómo estamos.

    (me deprime un poco ese final, pero no es culpa tuya, tú haces lo que tienes que hacer: escribir bien).

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  4. Esto es claramente un caso de fetichismo reciproco, o de lo que uno espera de la estética de otro.
    Así, después de esa afrodisíaca cena, como dice Freia, ¿que pasará cuando se desnuden? Que decepción si se rompe la erótica del fetichismo..
    Salud, República y Socialismo

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  5. Yo también me he quedado con ganas de más, Mega. Anímate, anda. O publica una segunda entrega...

    (se te ha colado "absorvieran")

    X.

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  6. También creo, Mega, que el final es espléndido, todo un ejemplo de suspense inteligente para coronar el relato precisamente con la ausencia lo que más se ha repetido: los vestidos, y la nueva y problemática perspectiva que abre la desnudez de los amantes.
    Un saludo.

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  7. pues sí, ahí queda eso...se atreverán a desnudarse?lo harán con la luz apagada para no ver que la ropa ya no les viste...

    cuenta cuenta

    un besito!

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  8. Blog author, dese por saludado también.

    Rafa, jaja. Es cierto que pueden darse varias combinaciones posibles, sí señor; pero en absoluto había caído en la que propones, jaja. Beso de vuelta

    Freia, ¿quién ha hablado de desnudeces, a ver, quién? ;-D

    Carmen, lo dicho basta y sobra, ¿no cree? Casi estoy por decirle que usted sola es capaz de restituir cuantas elipsis le salgan al paso. ;-P

    Nano, siempre hay una carta oculta, desde luego. Y también ese desconocimiento que dices, una cierta incertidumbre con respecto a lo que vendrá (menos para doña Carmen). O a cómo reaccionaremos. No te deprima demasiado, que ellos ya estaban sobre aviso. Un abrazo

    Antonio, jaja. Como bien dices, "esto es claramente un caso de fetichismo recíproco, o de lo que uno espera de la estética del otro." Ni más ni menos.

    Xavie, muy buenas. Celebro que te hayas quedado intrigado, jaja.
    Por cierto, el intruso y desobediente "absorvieran" ha sido debidamente absorbido. (Gracias por el toque.)

    Antonio, ¡qué bien que estés de vuelta! A mí me parece que, a veces, al no decir se dicen muchas más cosas que diciéndolas abiertamente. Pero es que, en realidad, el no decirlas sería aquí una forma de decirlas, jaja.

    Besos y abrazos berlineses

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  9. María, guapa, nada, nada, que os quedáis in albis, ¡hale!

    ;-P

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  10. Coincido con Freia y su preocupación por la desnudez. Pero estoy seguro de que él, previsor, sin duda llevará puestos unos preciosos calzoncillos de lana, y ella, naturalmente, no habrá dejado escapar el detalle de lucir unas sugerentes y mínimas bragas azules.

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  11. Manuel, jaja, no hay que descartarlo, no señor. La elipsis tiene estas cosas: que cada cual es libre de imaginar (dentro de unos límites mínimos marcados por el propio texto) la continuación que más le convenza. La tuya salva bastante la situación, jaja.

    Bromas aparte, si interpretamos la ropa como máscara, efectivamente, sólo la desnudez se revela definitiva. En eso estaríamos todos de acuerdo. ;-)

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  12. Buen relato, Mega. Yo creo que ella tiene que ponerse la falda azul y él el traje de lana para esa primera cita. Lo que suceda después entre los dos... es un misterio.
    Quizá cuando empiecen a conocerse mejor no les preocupe cómo van vestidos... o no, quién sabe.
    Saludos.

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  13. Aroa, muy buenas. Tampoco es mala solución, jaja. Un abrazo

    Luisa, "un misterio", en efecto. Aunque el micro apuntaría la posibilidad de que les pueda ir bien (por qué, si no, iban a poner tanto empeño en arreglarse), por otro lado, como dice Nán, siempre existe un grado de incertidumbre, ciertamente.

    En realidad, el micro no se decanta, en ningún momento, por que vaya a frustrarse la cita. Como tampoco garantiza su éxito.
    Un saludo cordial

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"