martes, 20 de agosto de 2013

Que nadie se moleste

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A veces la cabeza te la juega. Como ahora mismo, por ejemplo. Sé que carecería de sentido que me pusiera a escuchar el contestador automático cuando no me he movido de casa en toda la tarde... Y sin embargo, pensándolo bien, tal vez si salgo un rato, alguien podría llamar mientras estoy fuera (o lo bastante lejos del teléfono), de modo que a la vuelta de mi paseo (o ausencia), yo pudiera entregarme feliz a la tarea de escuchar los mensajes... en el mejor de los casos, claro. Mucho más a menudo, una voz que no soy yo me recuerda (sensata y puñetera) que lo más probable es que nadie se moleste en llamar en ningún caso, pues nadie en su sano juicio piensa acordarse de ello mientras yo no deje de hacerlo, ni de insistir como hago en daros la tabarra.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"