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sábado, 20 de febrero de 2021

Movimiento de traslación

Estos días nadar se ha vuelto un ejercicio concentrado y minucioso. A cada brazada pretendo el sosiego de otras veces, pero a diferencia de aquellas, ahora soy mucho más consciente: de los cuerpos y de la desesperación de los cuerpos, pero también de la sutileza de algunos cada vez que se impone el instinto de esquivar al otro mientras avanzamos, paralelos, por el mismo carril. Téngase en cuenta que el agua está ligeramente salada, de modo que cuando salpica es fácil que te escuezan los ojos, como si la piscina fuera una poza de mar; una sensación que sin duda nuestros sistemas límbicos agradecen después de tanto encierro y privaciones. Su cuerpo es grande y bien proporcionado. Sus movimientos, armónicos. A mí me ha sorprendido, de hecho, que a pesar de la velocidad que alcanza, jamás hayamos tenido el menor encontronazo. Un cuerpo que percibe el espacio y las ondulaciones del agua, que vislumbra el avance ajeno es digno de admiración. Yo, por mi parte, trato de zambullirme en el carril de este ciego que todo lo ve mientras me regodeo en mi suerte y en mi compañero de nado.



domingo, 19 de agosto de 2018

Una escueta salvación


Hay quien prefiere engañarse a vivir crudamente esta bendita realidad. Yo, sin ir más lejos. Al menos, de vez en cuando. Para desconectar, supongo. La realidad nos bendice a diario, abierta las 24 horas sin descanso; una tabarra en toda regla que no es posible sortear así como así. Bajo esas circunstancias, no resulta nada fácil hallar alivio. Algún consuelo fugaz. Una escueta salvación que nos redima de sus fantasmas. Aunque sea adoptando una actitud enajenada. Enajenante. Enajenadora. A veces, suprimir a tiempo toda comunicación se me antoja indispensable; el único remanso de paz.


martes, 7 de agosto de 2018

Consideraciones vanas


Insensatos por falta de juicio. Por desquicio. Por colisión.
Como cuando dos cuerpos se aman. Sin mesura.
Sin privarse de nada.
Con candor.



viernes, 8 de diciembre de 2017

Desbocado

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Creía que eso les ocurría sólo a los jóvenes; a los jóvenes incautos. Pensaba que la madurez era una especie de escudo defensivo gracias al cual la vida, sus peores incidentes, resbalaban piel abajo sin mayores consecuencias. Por fortuna, solía decirse. Y, desde luego, creía que a él no le iba a pasar nunca cosa semejante. Pero ocurrió. ¿Dónde se había visto? Trató de ignorarlo; basta no creer en algo para que ese algo terrible no exista, se dijo, convencido de sus buenos reflejos. Y aunque los días empezaron a correr más ágiles, al cabo no pudo evitar que un runrún extraño se instalara en la boca de su estómago. Es el trabajo, zanjó. ¿En serio?, se cuestionaba tan sólo horas después. Fue al médico. Tenía palpitaciones y sueños deslumbrantes como fogonazos. Tuvo que admitir que pensaba demasiado en ello. ¿Se estaría enamorando? Decidió atajarlo de raíz, dejar de verla. Fue peor. El runrún que albergaba su estómago hizo implosión. Basta no querer reconocer algo, para que ese algo terrible exista aumentado, barruntó. La situación empezaba a ser embarazosa. Optó entonces por decírselo. Quedaron un día cualquiera y se le declaró. No fue correspondido como esperaba. Se deprimió. Ahora trata de calmar los periódicos estallidos que soporta su estómago practicando alambicados deportes de riesgo; también atiborrándose de toda clase de noticiarios. Cuanto más tóxicos, mejor. Como si la propia desazón del mundo pudiera alcanzar un día a cubrirlo por entero. Sigue descorazonado y confuso. No tolera que no haya cura.


lunes, 27 de noviembre de 2017

Alborada

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Quien está solo, solo de fría soledad, suele dar vueltas y revueltas 
a las cosas cotidianas. Esa clase de penar por una recompensa mil veces aplazada es un vicio solitario que irrumpe en las jornadas de trabajo menos livianas; de forma atropellada casi siempre. Sin consideraciones vanasComo si deseara instalarse en el corazón de su presa para que le escueza su destello de hielo candente. Y hacerse fuerte con sus dentelladas feroces de animal acorralado. Quien está solo, solo de soledad escarchada, suele salir por las noches a tomar salmorejo y salazones (todas delicias salubres) persiguiendo la luz del alba. 
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domingo, 26 de noviembre de 2017

Natación sincronizada

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Siempre que recorro piscinas a nado, hablo contigo en estilo indirecto libre, despiertos los sentidos al relente de unas aguas en apariencia profundas, sumamente quietas sin embargo en esos instantes en que intento prefigurarte; convocar tu abrazo y un beso tuyo a cada brazada, y tu yo en mí en esa tarde de luces turbias y turbios oleajes de destinos anudados. Muy adentro vives ya, como vivirás mañana y pasado mañana. (¡Y cómo nos encanta resucitar en la memoria aquellos momentos de deleite!) El amor, desde luego, lo es; de hecho, a mí me está pareciendo de un tiempo a esta parte un sentimiento de perfección envolvente. Convendrás conmigo en que para enamorarse en serio hay que tener talento dramático, un poco de suerte y capacidad de arrobamiento. Poseer la voluntad firme de ser feliz en el otro; por el otro; gracias al otro. Rendirse a ello con la mayor humildad. ¡Menudo atrevimiento! De modo que eso es lo que hago cada vez que nado: convocarte, mientras acompaso mi respiración al flujo incauto de mi memoria encantada. Estás en mis sueños porque ellos te (a)guardan.
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lunes, 6 de noviembre de 2017

Almendros en flor

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En sueños, un lienzo cubre buena parte de la pared del dormitorio. Es de gran formato y hechuras pesadas, con pinceladas de trazo grueso. El marco, de madera de roble, da cuenta de su calidad. Cuando despierto, la obra que preside mi estancia ya no existe. Parecía una pintura de mi admirado Casas. O de Rusiñol. Como el hermoso cuadro de los almendros en flor que había en la vivienda  de mis abuelos. Se liquidó cuando murieron. Lo vi colgado del comedor hasta mi primera juventud. Mientras fui niña, nadie me lo alabó jamás ni me reveló siquiera su ilustre procedencia. No hacía falta. Era enigmático. De poderosa belleza. Lo he buscado en catálogos y revistas de arte. Nada. A veces, se me aparece en sueños, retador. De él cuelga para siempre la bendita inocencia de la infancia. 
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Santiago Rusiñol, Masia blanca (Bunyola, Mallorca) 
(1902, Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona)
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viernes, 6 de octubre de 2017

Cuenta atrás

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Las 12 en punto. Mientras la Sagrada Familia entona a toque de campana "Rosa d'abril, Morena de la Serra", yo me pregunto por el sentido secreto de este Virolai que se empeña en celebrar una cuenta atrás premonitoria de no sabemos qué.
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miércoles, 10 de mayo de 2017

Preguntas retóricas

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Allá, a lo lejos, el castillo almenado de la nostalgia. Y más al fondo, varios amores correspondidos, olvidados de cualquier modo en la oscuridad del foso. Los alcanzó a reconocer con la fuerza de las verdades rotundas. Aquella fortaleza contenía, a decir verdad, los abandonos y renuncias principales de una vida cumplida. Ahí estaban, amalgamados, los amores escogidos, junto a otros más de circunstancias. Pero también los temidos o aborrecidos a pesar del tiempo. Todos y cada uno de ellos, mezclados sin distinción. Incluso era posible identificar unos pocos que, llegado el momento, no supo anticipar. Recorrer la fortaleza te dejaba una especie de peso muerto en la boca del estómago. De nada servían, allí, sus murallas. Observados de cerca, los había puros y sublimes; mayúsculos. Innegables de tan rotundos. Aparte de tímidos y vergonzantes. Daban ganas de preguntarles por extenso a cada uno de ellos cuáles habían sido sus razones. Cómo era posible que se hubieran enseñoreado de cuerpos tan enclenques con semejante insolencia. Al cabo, ¿qué sentido tenía tomar posesión de unas existencias incapaces de nada? ¿A qué tanto exceso y empeño vano, tanta desmesura y afán?
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martes, 2 de mayo de 2017

Glosa

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El infinito se halla donde los extremos se juntan. En un punto de fuga inalcanzable y a un tiempo presentido. Como si al juntarse quién sabe dónde, ello estuviera ocurriendo en un más acá distante, y preclaro, de tintes provisorios. 
Como si ese juntarse aconteciera en el lugar exacto donde sacamos sin cesar nuestras pobres conclusiones fugaces. Y al concluir, elaborásemos apenas un razonamiento finito y escaso. Éste, por ejemplo: "El infinito es una creación literaria".
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sábado, 29 de abril de 2017

El abrazo

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A mi padre
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La memoria irrumpe con el reconocimiento. Reconocer es recordar, certificar, dar por cierto algo. Cerciorar(nos). Por ejemplo, ella a cortísima edad encaramada a esa inmensa escala. Y la escalera, mientras tanto, tambaleante y ultrajadora; temblona en su agarre y peldaños, desdeñosa. Parecía dispuesta a anegar con sus dientecillos de leche toda la estancia. Luego ya, un puro naufragio de gritos y pasos, de lloros y carreras a destiempo, conmigo colgada de tu cuello, contigo agarrándome fuerte para mejor escapar. Y ese abrazo como fiel recuerdo. 
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viernes, 28 de abril de 2017

Sin miramientos

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Hay miradas que son marismas de mal agüero. De pronto alguien planta la vista una mañana sincera, como si levantara un campamento en mitad del desierto, sin vacilaciones ni ventiscas, en el mismo centro de una nada oceánica donde pretende que acampe nuestro deseo. Y lo hace sin miramientos ni espejismos que valgan. Con la entereza de un oasis. Por puro desvelo.
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lunes, 26 de diciembre de 2016

Memento mori

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Esperanzada, corro a tu encuentro. No me respalda ni la sensatez ni ese futuro incierto que hoy parece, una vez más, dispuesto a perpetuarse. Hablamos toda la tarde sin descanso, entregados al vertiginoso ejercicio de mirarnos. Una risa suelta nos brota a cada rato. El tiempo da implacables dentelladas con gesto distante. No será prudente, pero yo pienso seguir yendo a tu encuentro cada vez que te distinga a lo lejos y vea brillar tus ojos como ascuas, mientras reímos encendidos; compartir contigo, mientras dure, este raro instante.
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miércoles, 19 de octubre de 2016

Azul

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Una ballena azul gigante junto a su cría. Eso era. La madre dio un coletazo en mitad del mar para advertirme de su presencia, pero a la cría la vi sólo después, mientras nadaban las dos en paralelo con la línea del horizonte o, por mejor decir, con respecto a mi orilla. Ese mamífero descomunal debía de pesar, como poco, cien toneladas. Qué raro que no varase a tan corta distancia. No me asustó verla emerger. Antes al contrario, me maravilló: su aparición era sin duda un aviso para mí, que me encontraba en mitad de un sueño de argumento guadianesco y afluentes cenagosos; por fin, iba tomando cuerpo lo que presumía toda una revelación. Me sentía feliz, pletórica. El inmenso mar que acogía a este ser pacificador y cercano brillaba bajo un sol hiriente, incapaz sin embargo del menor daño. El día parecía relucir de puro contento. Y entonces abrió su ojo inteligente de mira telescópica y me enfocó. Parecía el mismísimo Neptuno resurgiendo de las aguas. La Más Grande Revelación jamás vista hecha ballena. Respiré por fin. No me importó lo más mínimo pasar el resto de la noche en vilo.
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martes, 4 de octubre de 2016

El ascensor

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Me subo al artilugio. Lo tengo claro. Hay ascensores que son como ruletas rusas. Norias chirriantes de feria. Ruedas desbocadas para hámsters. Lanzaderas espaciales que se comportan como lanzadoras de balaJaulas destinadas a contener a un ejército de grillos, a cuál más grillado, que estorban como grilletes de mazmorra. Submarinos varados en un banco de arena de aspecto plácido que, justo cuando termina el viaje circular que habían previsto, abren sus fauces para dispararte, escupirte o arrojarte al mundo exterior (al exterior más remoto del mundo) en un alunizaje imposible, mientras luce un sol incrédulo y sopla, por lo demás, una brisa placentera. 
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sábado, 10 de septiembre de 2016

Oración por los amores más viejos

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Los nuevos amores son a veces los más antiguos. Algo seduce en ellos que resuena a todas las renuncias. A todos los adioses que se acumularon en el hueco de la escalera sin que hubiera ocasión de airearlos. 

Los nuevos amores a veces son los más fieles y sencillos. Amores genuinos que se empeñan en abrirse paso por un mar de dunas, persistente en su azote de arena infinita.

Los nuevos amores se saben incólumes pese a su carga futura de impureza; pese a los desencantos tan puntualmente venideros; debido, sobre todo, a nuestro encantamiento tan fuera de tiempo y de lugar.

Los nuevos amores son frescos tal vez por ser sumamente viejos. Tan encantadores son que nos seguirán seduciendo incluso cuando languidezcan nuestros sueños.
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jueves, 9 de junio de 2016

La mujer que es rinde tributo

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La niña que fue no comprendía por qué los vecinos habían decidido cortar el único ciprés que, junto al campanario, definía el skyline de aquel pueblecito de su infancia.
La niña que fue deseó que todos los seres queridos se sintieran, por el solo hecho de serlo, amados a perpetuidad, sin que fueran necesarios los gestos ni demás actuaciones sociales; vanas puestas en escena para un corazón solitario como el que albergaba entonces.
La niña que fue quiso, desde muy niña, que sus compañeros la dejaran en paz, fundirse con el entorno como veía hacer a los pájaros, a los caracoles incluso. Crecer a salvo contra el mundo entero y, en especial, contra ese mundo.
La mujer que hoy es se acuerda de la niña que fue y que, acaso con un poco de suerte, pueda seguir siendo.
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jueves, 19 de mayo de 2016

Renu(e)ncias

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No soy muy consciente de haber viajado con el hámster de mi infancia metido en el bolso, pero cuando mi hermano me señala con alarma una mancha de humedad perfectamente distinguible, una ráfaga de agobio me empuja a abrirlo para rescatar de sus profundidades a mi olvidada mascota. En el interior de una bolsa de plástico, una cobaya diminuta da bocanadas desesperadas para tomar el aire que no tiene. Trato de recuperarla, aunque no consigo reprimir un profundo asco mientras la sujeto con la mano trémula; luego de reprocharme mi mala cabeza de siempre, esa acuciante desmemoria que no remite jamás. Parece que aún vive. Me alegro e impaciento por igual. ¿Qué demonios voy a hacer con un bicho de pelo ralo y reproche infinito? ¿Cómo ha logrado colarse desde tan lejos en mi bolso? Y, sobre todo, ¿para quéTras proseguir nuestro viaje por lo desconocido, le digo a mi hermano que lo mejor sería deshacerse de él. Que no se merece el pobre tanto sufrimiento inútil. Poco antes, le había comprado un saco de lona con hechuras de mochila para que pudiera respirar a sus anchas a través de la tela, con bolsillos interiores y correas firmes que lo sujetaran en medio de tanto vaivén. No me lo pienso y lo envuelvo a conciencia en la bolsa que ha pasado a ceñirlo con la firmeza justa. Ojalá se ahogue, nos ahoguemos todos, de una maldita vez. 
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domingo, 17 de abril de 2016

Pompas de jabón

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Había una vez tres gatos negros de cuerpos y andares desiguales. El primero era oscuro como el tizón, con ojos intensos de brasa y aspecto saludable. El segundo, por el contrario, maullaba raquítico por las esquinas con el pelo erizado, tenso el espinazo, dispuesto a implorarle a la luna cualquier despropósito con absoluta desfachatez. El tercero, de trapo lustroso, parecía un pelele surcando los cielos cada vez que los otros dos le mostraban las uñas, como si tuviera un resorte en su interior o pegara brincos por puro gusto. Esos tres gatos displicentes se colaron en mi cuarto una mañana de insomnio, sin que yo alcance a averiguar el motivo. Desde entonces, viven encerrados en esta pompa de jabón que son siempre los sueños rotos.
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miércoles, 30 de marzo de 2016

En esa clase de bar

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Entro en ese bar globalizado que poseen casi todas las ciudades chic de cierta extensión. Me pido una bebida globalizada y, en ese momento, decido acompañarla de un dulce ídem. La señorita que me atiende me canta el precio en un tono que pretende ser conciliador, aun cuando la cantidad adeudada supere toda cifra decente. Busco en medio de la decoración de tarjeta postal que me rodea un sitio plácido donde poder sentarme y desintegrarme un poco, pasar desapercibida. No lo consigo. Mientras espero a la persona que no llega, decido ir rápidamente al baño. Al final del pasillo, varias puertas me reciben con el mismo rechazo inamovible. Abro una al azar; me equivoco. Abro otra, pero tampoco es la puerta indicada. Cuando estoy a punto de abrir la tercera, una valquiria de dos metros me escancia un portazo en toda la sien mientras con engolada voz finge un arrepentimiento que no siente. Como no la disculpo con la rapidez que ella merece, insiste en su compunción de mentirijillas:
-Oh, my darling. I'm so sorry...
La miro mientras trato de detener, encorvada por el dolor, la brecha de sangre que sus buenas palabras me han abierto en la cabeza. Debo de haberla sorprendido porque, de golpe, oigo cómo dice, con el mismo soniquete de antes:
-I'm so sorry, but it's your fault, my darling, not mine. It's YOURR fault. 
Al portazo en la frente le sigue el de la puerta de servicios. Vuelvo a mi sitio antes de que la vista se me nuble por completo. 
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"